Era una tarde dorada en el convento, en el mes de diciembre. Por fin se respiraba ese aire puro, que como cada año, venía a limpiar nuestros pecados. Me encontraba caminando por el patio, admirando los arboles y arbustos perfectamente podados, cuando me interrumpió el ladrido de un perro, negro como el carbón. Me asusté, yo sabia que ese animal no podía significar buenos porvenires. Cuando me recompuse, mire en sus ojos rojos y supe que él sabía. El pudor me invadía; "¿Sera esto una señal divina?" pensé, debía serlo. Luego de clavar su mirada en mi, el animal salió corriendo, tuve que sentarme en uno de los bancos para despejar mi mente y calmar mi corazón. Y tuve cortos minutos para hacerlo, ya que escuché las campanadas y al mirar el antiguo reloj del patio este marcaba las ocho en punto, precisaba ir al comedor a servir la cena para los niños. Al llegar a la cocina preste el oído a la conversación entre los monjes y los novicios, y entre plato y plato servido, logré escuchar los rumores: "-Dicen que hay un perro negro merodeando por el convento... -Yo lo escuché, pero no lo vi. Nadie lo vio hasta ahora. -Deben ser todos inventos de ese viejo y supersticioso enano.". Me mantuve callado, pero la ansiedad me comía por dentro. Cuando dirigí la mirada hacia mi costado pude ver un perturbado rostro, entonces pregunte: -"¿Que sucede buen Tomas, porque no llenas con puchero ese plato vacío?" a lo que este me contesto: -"Lo siento abate Adso, hay algo que me perturba, preciso ir a hablar con el señor cuanto antes." para luego abandonar la cocina. No me cabían dudas, el buen Tomas también sabía. Cuando todos se acostaron, yo llevaba horas dando vueltas la cama y en mi cabeza, reflexionaba de esta manera sobre lo que debía hacer: "¿Debo decir lo que se, y dar rienda libre al pánico para que cunda una vez mas en este sagrado lugar? ¿O debo callar mis conocimientos, encontrar al responsable y hacerlo sucumbir ante la ley divina por cuenta propia?" mi corazón se inclinaba por esta segunda manera de pensar; esta sagrada institución ya había sufrido demasiado en los últimos tiempos, y mi deber como abate era protegerla.
Estos párrafos fueron lo ultimo que el abate Adso escribió en su diario personal. Datado 12 de diciembre de 1998, lo que aconteció con el después, es lo que vengo a resolver. Me indicaron que apareció esa misma madrugada, colgando de la aguja mas alta de la antigua torre del convento, en ropa interior, y con marcas de azotes por todo el cuerpo. Por el momento solo tengo tres pistas, ya que descarto las proposiciones metafísicas del abate sobre el perro que "sabía". Entonces: un "enano" supersticioso, el "buen Tomas", y el hecho -desconocido para todos- que el abate se dirigía a finiquitar. Me puse manos a la obra. Comencé por interrogar a monjes y novicios por igual, y aunque se mostraron reacios a cooperar debido a lo reciente de los hechos, me indicaron algo interesante, al parecer la reputación del abate en el convento distaba de ser homogénea, ya que el abate era adorado por unos y detestado por otros. Con esto en mente, comencé la búsqueda de mis dos sospechosos, y rápidamente di con el nombre del primero: Guillermo Ettiene. Emigró hace sesenta años desde Marruecos al convento, y en su esplendor -alrededor de los años '50- fue la mano derecha del abate Busoni, predecesor del póstumo Adso, poseía una formación como exorcista pero a esta altura era un delicado anciano. También me fue indicada su baja estatura, debido a su edad, y que no seria muy difícil encontrarlo, ya que siempre estaba merodeando por el subsuelo del lugar. Alrededor de las cuatro de la tarde bajé a esas catacumbas gigantes, propias de la edad media, en la que se encontraban enterrados cientos de monjes oriundos del lugar, a buscar a Guillermo. Por un momento temí perderme, pero lo encontré sentado reflexionando en un banco de piedra. Le pregunté: "¿Señor Guillermo? Disculpe, mi nombre es Luca Lafleur, soy el investigador contratado por el convento. ¿Podría hacerle unas preguntas respecto a lo sucedido hace unas noches?". No obtuve respuesta. El pequeño anciano parecía estar absorto en una profunda meditación, y note que estaba observando algo en específico. Era un espejo que se encontraba en la pared enfrente nuestro. Intenté una vez mas, pero sucedió algo, para lo cual todavía no encuentro razón de ser: Un balbuceo, en una lengua antigua, desconocida para mi, comenzó a brotar de Guillermo, a medida que su tono de voz se elevaba yo me alejaba más y más, y llegó a un punto que tuve que tapar mis oídos con ambas manos. Hasta que el espejo saltó de la pared y estalló en cien pedazos contra el piso. En ese momento ceso todo, o eso atiné a pensar. "El fin esta llegando" llegué a escuchar, y sentí que el piso empezaba a temblar tímidamente. Escuché unos apresurados pasos bajando la escalera. Ya había sacado a relucir mi revolver, preparado para lo peor. "¡Cuidado!" gritó la voz del monje que acababa de entrar en escena. "¡¿Que esta haciendo con un arma en este lugar sagrado?!" el piso había cesado de temblar y allí no había mas rastros del espejo roto, sino que el mismo se encontraba en su lugar. Sentí que me estaba volviendo loco, pero guarde mi arma rápidamente y le conteste con vergüenza: "-No lo sé" a lo que me respondió: "-Por favor, el señor Guillermo padece principios de demencia senil, es mejor no perturbarlo" volví mi mirada hacia el anciano y permanecía en la misma posición en la que lo había encontrado, parecía no haber movido un pelo. Antes de irme y dejar atrás esa bizarra secuencia y al desconocido monje atiné a preguntarle su nombre. "Tomas" fue la respuesta que obtuve, y no podía ser azar. Algo raro ocurría en el convento y con estos personajes. Pero mi cerebro no podía procesar mas información, precisaba dormir.
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