jueves, 28 de septiembre de 2023

re escritura de la crónica BAFICI

Esa tarde me levanté de mi cama con dos misiones, la principal era ver si había algo para rescatar en la pereciente relación con mi novia. Y para esto, que mejor que ver películas. Obviando el hecho de que la segunda misión era una consigna propuesta por mi profesor de taller, la misma me parecía genial. La idea de hacer una crónica sobre un festival de cine como el BAFICI era muy atractiva. Vale aclarar aquí que no se me iluminaba ninguna lamparita al hablar del género de la crónica, más que lo que uno puede haber escuchado hablar sobre “la crónica periodística” y tal. Pero bueno, como dije, tenía una misión principal y mal que mal no se terminaba de relacionar completamente con mi otra misión. Con esta dicotomía en mente agarré mi celular y le escribí a Lucía, la que llegó puntualmente a mi casa una horita después. La miré a los ojos y lo sentí, Mal de amores mal que yo elijo- no había nada que hacer. Igual pensé que el plan para la tarde ya estaba propuesto y yo no podía recular ahora. Intercambiamos palabras como dos extraños por unos minutos hasta que se me hizo insostenible y le dije que saliéramos, que se nos iba a hacer tarde para el cine. En la puerta ella me tomó de la mano y nos dirigimos hacía las calles sucias y hermosas del centro de Baires. Calles repletas con bares, restaurantes y pizzerías que transpiran grasa como una fugazzeta recién sacada del horno, debajo de notables edificios deco con aire francés, en los que los oficinistas se comen el pelo de los nervios y los escupen en tachos de basura. Tachos negros, altos y gordos, que en vez de cobijar justamente -basura- cobijan personas. Aunque para algunos de los rostros con los que podes intercambiar ideas en el centro, estas personas bien podrían ser consideradas basura, y por ende el tacho es su lugar idóneo. De esos rostros me trato de alejar ahora mismo, mientras pateo envoltorios de alfajores bajo la luz de faros ingleses, mientras tomo de la mano a una persona a la que supe amar pero que a fin de cuentas no paro de dañar. Así, en silencio, pasaban las cuadras, las calles y las avenidas -San Martín, Paraguay, Córdoba, Viamonte, Tucumán- hasta pisar Lavalle, callecita donde doblamos a la derecha para entrar en una angosta selva de asfalto y hierro. En este delirio cotidiano se mueven miles de almas por día, y éramos solo dos más en ese barullo. Pero las imágenes de ese barullo te interpelan, y te obligan -a mi parecer- a reflexionar ante lo crudo de todo. Igualmente, estando a tres cuadras de la Times Squares tercermundista por excelencia, y del obelisco, la cosa cambia. Sobre calles grises adoquinadas tipos grises de traje con maletines y mocasines se exhiben junto con turistas de todos los colores, chicos y chicas arregladitos, con peinados raros, piercings afilados, pantalones anchos y camperas de cuero, fumando, charlando. Como un voyeur me dejo atravesar por todo hasta que Lucía me zarandea el brazo y me dice -Llegamos Lean, ¿Querés entrar?

Cuando atiné a responder ya estábamos adentro del “monumental” Cineplex de Lavalle y Esmeralda. Mire a mi alrededor, ese centro estrambótico se había esfumado y la nostalgia me abrazaba por todas partes, pisos de mármol de un negro reluciente, pantallas y carteles que enseñaban los últimos estrenos, y advertían a los inadvertidos del festival BAFICI. Verdaderamente era una escena más agradable a los sentidos, y esto no hacía más que incrementar mis deseos de entrar a la sala de cine. Pero antes, había que cumplir una formalidad: acercarse hasta el mostrador, elegir una película y validar el ticket virtual. La película que elegimos llevaba por nombre “El perfume verde” o “Le parfum vert” en su idioma original. Entramos a la amplía sala, iluminada levemente por unas luces tenues, y elegimos azarosamente donde sentarnos. Lentamente la sala se fue llenando de personas, y lentamente también las luces se fueron apagando. Hasta que de repente nos quedamos a oscuras. Se encendió la monumental pantalla y luego de unos densos avisos publicitarios, en los que -cabe destacar- la presencia de la imagen del pre candidato a presidente: el pelado Larreta, quién se fue triunfalmente abucheado por el noventa por ciento de los presentes. Personalmente, estaba contento de cumplir ahora sí mi rol de voyeur al pleno sentido de lo propuesto por Christian Metz: un mirón inhibido que mira la historia que cuenta la pantalla como a través de la cerradura de una puerta; como si la misma se estuviese llevando a cabo en ese preciso instante. Y así estuve con el culo pegado a mi butaca todo lo que duró la entretenida película, la cual seguía a un hermoso actor que busca su amor en el medio de un rejunté de acontecimientos de mierda ¡Al igual que yo!. Con la diferencia de que en la película -como siempre- hubo un final feliz. Mientras que en mi realidad, el final fue más bien amargo.

descripción de fotos, en orden cronológico

 


Año 1939. En un terreno amplío y llano, delante de un considerable galpón oscuro, con lo que pareciera ser múltiples puertas o persianas metálicas, podemos ver parado a un sujeto joven. Porta un uniforme militar, más precisamente el uniforme de las tropas de Il Duce, Benito Mussolini, durante la segunda guerra mundial, con su característico sombrero y la insignia del águila. Sus ojos, escondidos bajo la sombra de su sombrero, penetras con seriedad al lente de la cámara. A su derecha, fuera de foco, se llega a dilucidar a otro hombre, tal vez mayor, pero de similares vestiduras, guardando algo en un bolso.



Años 1946-1947. Situada en un puerto, en la fotografía se aprecia un enorme barco no de carga sino de pasajeros. La escalera esta desplegada y lista para ser utilizada. Los protagonistas son seis y están de pie. Tres hombres, dos mujeres y una niña. Dos de los hombres visten de igual manera: portan un pantalón sastrero de un color claro y una camisa blanca. El tercero de los hombres viste un uniforme oscuro con sombrero, similar a los navales, y tiene sus brazos posados sobre los hombros de las mujeres. Las mujeres por su parte, con largas polleras, una clara la otra oscura, cabello corto y camisas blancas y similares, toman de la mano a la niña, que aparenta no más de seis o siete años. Ella se encuentra parada entre ellas, lleva puesto un vestido y su rostro posee una expresión arrugada.




Año 1956. En la fotografía, aparentemente tomada en un estudio, se aprecia a un hombre de edad madura parado delante de una escena, en la que destacan un pilar de mármol, y un telón abierto de par en par. El hombre lleva el cabello corto, partido a un costado, el rostro afeitado, y tiene una mirada solemne, que reposa debajo de unas tupidas cejas. Esta posando con las manos dentro de los bolsillos de su traje tipo smoking de color negro, con un moño y con un listón colgado en diagonal sobre sus hombros que tiene la leyenda: "Mister 1956" aludiendo a una posible competencia de estilo.


 


Años 1970. La fotografía es a color, y se aprecia una habitación de tonos cálidos, en la que sentados sobre una cama de dos plazas, con sus respectivas mesitas ratonas y veladores, se encuentran los protagonistas: dos niños. El de la izquierda, y el más pequeño de los dos, con tal vez cinco o seis años de edad, está sonriendo con la boca abierta. tiene un trajecito posiblemente escolar, y con un saquito azul. Sus cabellos cortos, rubios y ondulados destacan en su pequeña cabeza. A su derecha, esta el muchacho mayor, con no más de ocho años. Vestido con una camisa leñadora, un chaleco gris, y un pantalón negro, su rostro denota una expresión seria, y cansada, mientras sus manos -grandes para su edad- se agarran la una a la otra entre sus piernas. 





Año 1994. Fotografía color sepia, con la fecha en la que fue tomada grabada debajo a la derecha. Situado en la llanura del campo, con interminables hectáreas de terreno para cultivo, al costado de lo que parece ser una ruta, se aprecia un caballo blanco mirando al horizonte con una humilde carroza, sobre la que posa un hombre, aparentemente un anciano. Esté mira a la cámara, a través de sus anteojos de sol, mientras posa uno de sus brazos en su cintura y el otro sobre la carroza.


 

jueves, 21 de septiembre de 2023

recuerdos tempranamente tontos y oscuros

 Entonces, sentado ahí, pensando, divagando en los desiertos de mi frágil memoria, me puse a recordar. Recordar algo, que no me parta al medio, algo contento. Pero no terminaba de funcionar. Sentía, olía, veía; los rostros, los cuerpos, las sombras, pasar y pasar de aquí para allá. Era de noche. Yo, nocturno, odioso, salvajemente solitario y cansado, caminaba por el borde de la autopista "Acceso oeste". Las amarillentas luces cálidas me encandilaban, a medida que mis pasos me adentraban más y más en esa turbada soledad, de la quien no encuentra a quien pedir ayuda. A mis dos acompañantes no podía confiarles esa parte de mi corazón. Dos entes sumidos en la euforia no podrían comprenderme. Jamás. Ellos pedían la demencia. Me resultaba más cómodo y conocido cerrarme, seguir observando en silencio el decadente panorama que proponía esa autopista. Asfaltada a duras penas, cada tanto se aproximaba lentamente uno que otro autito de mala muerte, para hacernos luces. Después de todo, era una escena atípica. Cada tanto también se aproximaban las entradas a distintos barriecitos, con calles de tierra y esta vez sin luces, pero sí con olor a basura quemada, hedor que se metía en mi olfato y me incitaba a devolver mi almuerzo. Cuando mis ojos enfocaban ese porvenir, sabía que no quería dirigirme hasta ahí. Quería volver a mi casa, en Retiro, o a la de Carilo, esa en la que imaginaba duendes saltar y jugar en su patio con forma de pozo, en el que me tiraba por horas al sol, a esperar la hora de merendar, en la que comía medialunas y tomaba la chocolatada. Mientras mi viejo sacaba fotos, fotos que aún conservo en carpetas en mi computadora, como mi única coda hacía esos años, ciertamente felices y más luminosos que las calles de tierra que pateaba en esos momentos mi yo de quince años. Triste, drogado, y solo.

Fatalmente solo.

Pero entre la soledad que tanto me agobiaba y la felicidad que tanto añoraba no hay ninguna diferencia. Son dos recuerdos, que creo recordar cuando estoy solo, cuando estoy acompañado. Se saludan de ventana a ventana y me sacan la lengua, con una mueca graciosa. Cuando mi gato se sienta encima mio mientras estoy acostado y me estornuda en la cara, resuelvo felicidad, pero de su melancólico observar por la ventana, acostado sobre el sillón en un día gris, entiendo soledad. Solamente reír, genuinamente, se abre paso en mí como algo real. Me devuelve a la silla desde la que escribo, y me pone con las patas mirando hacía el techo. El ver su rostro, reír, genuinamente, me devuelve la lucidez y la cordura. Que creí perder, hace mucho tiempo.     

miércoles, 20 de septiembre de 2023

nota de lectura sobre crónicas.

 Martín Caparrós,  "Kapuściński"

El narrador abre la crónica con un intercambio tomado de una entrevista, en la que el personaje de principal interés, un periodista, se jacta de nunca haber hecho una entrevista. Abre el relato con letras en mayúsculas, y es una herramienta que vuelve a utilizar, cuando brinda datos de importancia. El protagonista es este mismo: Ryszard Kapuściński, un periodista polaco con una importante trayectoria, y su breve estadía en Buenos Aires para impartir un taller de periodismo. Se lo describe como chiquito, y como "el maestro". A lo largo del relato el narrador va describiendo sus encuentros, sus charlas con él, y por momentos nos da a conocer pedazos de la historia del protagonista, contrastándolas con su presente. Nos da a conocer su moral, sus no-lecciones, sus emociones, inquietudes y reacciones ante ciertos eventos. Todo esto mayoritariamente a través del dialogo, transcrito de manera literal en el texto. Enseñándonos la voz de este protagonista tal y como es.    


Eduardo Longoni, "Crónica de un soldado atormentado"

Longoni nos narra una historia fuertísima de supervivencia, de esperanza, y de redención, en cierto punto. El soldado atormentado, protagonista ausente en la primer parte del relato, tenía una misión: devolver el pullover que le había salvado la vida tantos años atrás. Pero para llegar a su historia antes Eduardo nos pasea por su encuentro con las islas Malvinas, y un hombre llamado Patrick, que no guardaba estima alguna para los argentinos, más después del conflicto bélico. Nos detalla el encuentro con esa familia, que nosotros no sabemos, pero da inicio a la verdadera historia que nos viene a contar el narrador. La de un soldado argentino, que años después de terminada la guerra fue hasta allí con su familia para devolver esa prenda tan preciada para él, y olvidada para la familia inglesa. Es luego de escuchar esta historia que Eduardo vuelve para contactarse con este soldado, y escuchar su historia de primera mano. Dejándonos escuchar su testimonio a través de las citas de un dialogó con él, entendemos cómo este soldado, Miguel Angel, vivió la guerra de Malvinas. Desahuciado, desamparado, asustado, un niño que nunca había empuñado un arma suelto en el campo de batalla, con ordenes de matar y no preguntar. Y es en este contexto que se topó con la estancia Murrell, vacía, la cuál a pesar del temor inicial con el que la abordaron, les sirvió de aire, para comer, vestirse, y sentirse un poco más humanos. Precisamente esto es lo que Miguel Angel abrazaba, en ese pullover, que finalmente, en un acto de redención propia decidió devolver, con una cruda pero emotiva carta en inglés.


Inés Ulanovsky, "Las fotos que hoy llenan tu instagram"

Con esta crónica Inés consigue transportarnos a esa fatídica época del dos mil uno, esa de la que mi generación no supo ser parte, y parece tan lejana e irreal. A través de los crudos testimonios que veinte años después cinco fotógrafos, -periodistas también- amateurs y profesionales por igual, de relatan en primera persona, consigue re construir ese agitado escenario, en el que parecía que el país estaba a punto de estallar. La clase media estaba en la calle, golpeando cacerolas y gritando "¡Que se vayan todos!". La represión era brutal. Gracias a estos protagonistas -nosotros- los que no vivimos el dos mil uno, y los que sí lo vivieron, nos sumergimos en esa vorágine de emociones que son la angustia el dolor la melancolía. Una idea central es la de la no digitalización que se vivía por esos años. Detalla los rollos, las técnicas de fotografía analógica o la no técnica que utilizaban algunos de los fotógrafos. A su vez se detiene en cada uno de sus protagonistas para contarnos alguna parte de sus historias. Y el plato fuerte: las fotos. Estas fotos completan la crónica, lo que Inés busca transmitir, y si bien el relato podría servirse sin ellas debido a su firmeza, añaden una potencia inmejorable. "Una foto vale mil palabras" Es un refrán bien conocido, y en el caso de algunas de ellas, se aplica ciertamente.  

jueves, 7 de septiembre de 2023

andamios y arboles

 Me gustan tus besos, en mis hombros, en mis labios, y que me mires con esa sonrisa, que me invita a desenredar un misterio, un vino, una relación, o una simple vida juntos. Vida llena de diferencias, llena de reclamos. Lo que no es estimado por vos, si lo es por mí. Hay veces en las que eso resulta incómodo para los dos. Y otras en las que resulta esplendido. Pero hoy no. Hoy nos encontramos en aparente armonía. Respiro el aire del parque en el que me citaste y mi piel empieza a transpirar de júbilo. Vos estas ahí, quieta -sonriente- y paciente. Abrís y cerras los ojos, miras a tu derecha, miras a tu izquierda, bostezas, te frotas los ojos con el puño de tu buzo y me miras. 

Solemne.

De repente, la pantalla se enciende. Vuelvo mis ojos hacia abajo. La miro, te miro. Entonces pienso "Por favor, no la levantes". Vos la levantas, pones cara de nada, me decís todo. "Fue la última vez. Ya la apago".

No la apagas. De hecho, solo la pones en silencio y en "no molestar".

Pero a mí me molesta igual.

Los pájaretes cantan y silban melodías conocidas. El pasto se mezcla con el barro y la humedad que emana me empieza a mojar los pantalones. 

Rantnatural

Los arboles Los ríos Las cascadas Las montañas Las rocas La tierra Sembla tan lejana a mí, en este momento No puedo llegar hasta ella, tan s...