domingo, 16 de abril de 2023

Le coeur du con.

  Eso era, mi mas preciada pertenencia. No podía permitirme dejarla ir, ni ahora, ni dentro de novecientos años. Mucho menos a manos de un dandy, de un rufián, como Boris. Estaba seguro de que él la había tomado, esa misera noche de copas en el bar del hotel Plaza Athénée. Y justamente ese contexto sellaba mi desgracia, pues mi reclamo seria recibido con oídos sordos y miradas desentendidas por aquellos snobs, que por algún motivo sigo llamando amigos. Al fin y al cabo, todos habían sufrido esa perdida, y se regocijaban en ella. Pero como dije, yo no podía permitirme dejarla ir, así que no tuve otra opción: Poner a obrar la maquina ancestral, tan temida como amada alrededor de mis pagos, poseedora de incontables pasillos, escaleras, entrepisos, cuartos y sótanos, y a la cual recurro para ocuparme de este tipo de problemas.

  Hace demasiado tiempo que pertenecía a mi familia. Se me refirió que durante la edad media supo ser una fortaleza impenetrable, que unos siglos mas tarde, entrada la revolución industrial, viro su funcionalidad a la de una vigorosa fabrica, y que en las épocas mas recientes sirvió como una especie de hospital. Y no justamente por que allí se curasen a las personas. Si no mas bien porque se las retenía en contra de la propia voluntad, para no ahondar en mas detalles escabrosos. Volviendo al presente, ese ultimo era el destino que preparaba para mi estimado Boris en breves. Les comisione a mis matones la tarea de traerlo en integras condiciones al hospital, -cosa que hicieron- pero una vez mas tuve que guiarlos desde el centro de París hasta el lugar, ya que insistían en que mi hospital ''imaginario'' no aparecía en sus mapas de cuarta. Simples patanes rutinarios que nunca iban a comprender. Pero eso no me perturbaba, finalmente iba a recuperar lo que me pertenecía. Cuando los despache y me encontré completamente a solas, me dirigí hacia la habitación que había destinado para mi invitado, y una vez dentro me volví a encontrar con ese viejo espacio, corroído ya por las guerras y el pasar de los años. 

  Hacia mis adentros pensé: -¿Porque todo, lo que es hermoso tiene que perecer?. Y desde una de las tantas esquinas de ese extensísimo cuarto redondo me respondieron; -Porque, sobre esa misma cualidad descansa todo su esplendor. ¿O es que acaso no lo ves? Alphonse. Esa respuesta estremeció mi ser y me interpelo solo como él, podía hacerlo, por lo tanto le referí un aplauso. Los dos comenzamos a reírnos. Pero supe que algo no marchaba bien. No fue hasta que vi su rostro, su semblante, su sonrisa, que comprendí. Nunca iba a recuperar lo que me había sido robado, era demasiado tarde. Boris ya se había adueñado de esa joya de carne, de venas que bombean segundo a segundo, de esa maquina generadora de emociones tan intensas, que pueden llegar a distorsionar nuestro juicio. Esa maquina ancestral, que supe acaparar en mi pecho tanto tiempo, ya no me pertenecía.

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