¿Quién me dará algo para fumar? yo solo se mentir y por este memo los gorrudos me van a dar unas buenas patadas en la boca, por no acatar que arriba de esas persianas metálicas que relucen las esquinas nocturnas de la boca, absurdamente, no puedo comerte la boca. Tampoco se puede dormir abajo de ellas, sobre aislantes de cartón, con frazadas para perros, a esperar el último adiós. Pero hace frío y me falta un amigo, un abrigo, una piel extraña, que acompañada de una casa, de una cama, venga a sacarme de estos líos. Tal vez vos me traigas algo más que palabras, tal vez un paraguas, ese que guardaba en mi bolsillo, cuando todavía tenía bolsillos, en mi pantalón, en mi camisa, en mi campera, en mi corazón, en mi remera. Porque si al final de mi espera estas ojeras, negras, se estiran como la jeta de un muñeco de cera que se fuma un pucho, no quiero esperar más. Toda la noche buscando un paraguas, que estaba abierto sobre mi cabeza. !Ah! Así me canso, me caso, vuelvo a lo cartesiano. Jamás a lo mundano. Siempre vuelvo a los problemas, no a las soluciones. Volver a pensar, a sentir, a esa púnica manera de vivir, de gemir, de reír, de sufrir, de insistir, desistir, de pedir salir. Salir para volver, una vez más a lo extraño, para por fin estar solo, para llorar sobre el bidet, ochocientas lágrimas de miel.
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Chaumont
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